¿De dónde proviene la autoridad? ¿por qué
aceptamos que alguien nos diga que hacer y que se nos castigue si no cumplimos
las normas que se nos dictan? Si consideramos los gobiernos democráticos que
creemos tener, esa autoridad proviene de la voluntad popular resumida en las constituciones
de cada país.
Antes esa autoridad provenía de un líder
o monarca que había sido elegido por dios, pero que usualmente provenía de ser
el vencedor de muchas batallas y se había impuesto sobre las otras facciones en
guerra, heredando ese poder a su familia hasta que era derrocado por otro poder. Lo de la elección divina era necesario decirlo para poder tener de su
lado al clero y a la parte religiosa del pueblo que generaba una tremenda
adhesión a esa autoridad usando los miedos relacionados con la muerte y el
destino de las almas después de esta.
Posteriormente, han venido apareciendo
modalidades más seculares de autoridad sin tanta intervención de lo religioso. Inicialmente,
sobre el individuo pesa la autoridad de los padres en su primer entorno social
que casi siempre es la familia, luego los docentes cuando ingresan a la escuela
y en sus jefes en los trabajos. Esto lo relata Hegel en la dialéctica del amo y
el esclavo y Foucault en las descripciones de las relaciones de poder. Muy pocos
privilegiados, es más, casi ninguno vive sin autoridad que se les imponga o al
menos viven bajo una autoridad pero que por ciertos recursos y relaciones
pueden que las consecuencias de vivir fuera de esa autoridad no les afecten.
La autoridad es ejercida por humanos,
por lo tanto, las fallas de esta son humanas, no hay una autoridad infalible,
ya que el ejercicio de esta tiene la falibilidad de los humanos y en los
múltiples cambios que se pueden presentar en la naturaleza, y que no podemos
controlar, haciendo que lo que era válido en algún momento ya no lo sea. La autoridad es proclive a equivocarse, por lo que no puede ser
incuestionable, debe tener controles externos para evitar injusticias. Quien ejerza
la autoridad no puede ser de forma vitalicia, debe haber alternancia en quien
ejerce la autoridad, porque la autoridad y el poder cuando es ejercido por
tiempos prolongados o indefinidos puede derivar fácilmente en tiranías.
Se puede decir que aceptamos la autoridad
porque estamos de acuerdo con las normas, pero entonces no hay autoridad, porque
no hay coerción, para definir la autoridad esta debe estar en la capacidad de obligar a seguir una conducta, aunque esté en desacuerdo con mi voluntad y deseo y debe evitar que hagamos lo que haríamos si esta autoridad no
existiera. La autoridad debe obligarte a hacer lo que no quieres. Por lo que debe entregarse
la voluntad individual al deseo de la autoridad. Debe haber una entrega voluntaria
o un poder de parte de la autoridad tan grande que impida cualquier resistencia
ante la posibilidad de un gran castigo o una pérdida grave.
La desobediencia a la
autoridad yo la clasificaría en rebeldía y en delincuencia. Los rebeldes han construido el mundo, a
veces el no seguir las normas de la autoridad, ha permitido que se logren
progresos y que se impidan injusticias, como los que lucharon por los derechos
humanos, los que lucharon contra la esclavitud o los que luchan por mejores
condiciones de vida para todos.
Los delincuentes son quienes violan las
normas y no siguen la autoridad por sus beneficios personales sin importar esto
como afecte a los demás, precisamente porque hay personas que con sus deseos egoístas
quieren todo para sí, se generan conflictos y estos pueden derivas en guerras y
las guerras, en muertes y en pérdidas para la sociedad. Acá la autoridad cumple su verdadera función.
Hay quienes a partir de sus recursos e
influencias tratan de torcer esas normas para sí mismos, hay grupos de personas
con un pensamiento egoísta prefieren mantener los beneficios que les da esa
autoridad injusta con los demás, pero que es útil para ellos. Por lo que como
dije al principio estas deben ser controladas, las normas constantemente
revisadas y persistencia del bien común sobre el individual sin afectar los
derechos inalienables del individuo.
Cuando existe la autoridad se espera
que cubra igualmente a todos con quienes me pueda relacionar, para que esa autoridad
me proteja de voluntades contrarias de mis vecinos o de quienes por tener más
recursos o características distintivas se crean con más derechos que los que yo
tengo.
Puede justificarse la rebelión a esa
autoridad cuando esta no es igual para todos, que sea arbitraria o selectiva en
su aplicación, acudir a los medios de control de autoridad o en su caso una
resistencia a la aplicación de las normas.
En la búsqueda de seguridad, muchas
personas prefieren aceptar la autoridad así esta sea injusta por miedo a las
represalias o las pérdidas de sus bienes o del ambiente que conocen, que teme a
los conflictos y las discrepancias. Esta es la base pensamiento conservador: “dejemos
las cosas así, que tal que cambien para mal”. Prefieren
ser sometidos a una autoridad injusta, a que esta sea cuestionada. Ven a la
libertad como una enemiga de la seguridad.
Además, no solo existe la autoridad que
nos ejerce coerción legal o física como las fuerzas policiales, los estados y
las leyes. Como describe Foucault en Vigilar y Castigar, existen las autoridades
invisibles tan poderosas como las religiones o las ideologías, que usan las
amenazas del castigo eterno y del castigo en esta propia vida, las
marginaciones sociales de grupos como la familia, la escuelas, el trabajo o las
comunidades de vecinos.
Hay una nueva modalidad de control, y
son los llamados influenciadores, personas que a través de los medios de
comunicación influencian las conductas de los individuos e imponen conductas a
quienes permiten que se les influya. La clave se encuentra en que nosotros
permitimos que muchas de esas influencias modifiquen nuestras conductas.
Byung-Chul Han en sus libros como La Sociedad
del Cansancio nos muestra como como nosotros mismos nos imponemos metas,
conductas y logros y por tanto si no los cumplimos nosotros mismos somo
nuestros propios jueces y nuestros más severos calificadores. Así también se
controla la conducta.
Es frecuente que las mentes inferiores exijan
a los demás pensar y actuar de un modo uniforme y de acuerdo con sus creencias
o si no piden a las autoridades que actúen contra esos que quieren
cuestionar y cambiar todo en lo que creo.
Les causa ansiedad que otro piense y
actúe diferente a nosotros, los perciben como enemigos que deben ser eliminados,
no comprenden que todos los seres humanos somos muy variables, tenemos genes y
ambientes que han condicionado nuestro modo de ser y de vivir. Conforme a esto
podemos cambiar, pero vamos logrando un núcleo de respuestas predecibles que
van determinando nuestra personalidad. Podemos cambiar de opinión según nuestras
experiencias y las emociones que produzcan y en menor grado con los hechos que
establecemos y los razonamientos que hacemos.
Un gran problema que existe en quienes
aceptan las autoridades sin cuestionarlas es que son intolerantes y
deshumanizan y por tanto despojan de derechos moralmente a quienes no piensan
como ellos, confunden las discrepancias de opiniones con maldad o inmoralidad,
también existe el reverso en quienes ven en la autoridad siempre a un enemigo y
a todo el que la siga como un traidor. Al despojarlos de ese carácter humano les
permite hacer todo lo que consideren necesario para acabar con ellos.
Quienes piensan así, usan la autoridad
como una herramienta ideológica de manera que pueden afectar las conductas y pensamiento
de las sociedades para su beneficio.
La autoridad debe ejercerse con la
consideración de que todos somos iguales ante la ley, que es falible por lo
tanto cuestionarla no es un error y sus normas deben ser dirigidas a evitar
abusos de una persona a otra, de una entidad a otra y que evite el mayor daño
social sin pasar por encima de los derechos del individuo.
Aun así, nuestra primera autoridad debe
venir de nuestro propio razonamiento, del control de nuestra conducta y no debe
entregarse voluntariamente de forma incuestionable nuestro actuar las autoridades
sean policivas o impuestas por la sociedad. Debemos estar alertas a las
intenciones de modificación de nuestras conductas para determinar si estas son
justas o no, y si podemos resistir o aceptarlas.
Juan Gonzalo Gómez Lopera
Twitter: @juangonzalo01