Existe el riesgo de la pérdida de sentido. El sentido de por qué se hacen las cosas. Estamos entregando nuestra diferencia, nuestra habilidad y nuestra exclusividad a estructuras externas. No son celos ni creencias de ciencia ficción en las que las máquinas se alzarán en rebelión contra el ser humano como en Terminator.
La inteligencia artificial conlleva un riesgo mayor que esa temida rebelión, que de suscitarse perderíamos irremediablemente: estamos perdiendo el motivo y el sentido de la vida.
Nuestro cerebro está construido por materia biológica, con las desventajas que eso conlleva, ya que estamos sujetos al cansancio, hambre, sed, emociones y pensamiento ilógico. Sin embargo, también existe la ventaja de que somos «hijos» de un proceso evolutivo de millones de años que ha hecho que nuestras redes de pensamiento sean robustas, y por ahora, las artificiales están lejos de lograr una magnitud como la de la naturaleza.
La ventaja que tenemos como especie, como se ha hecho evidente, reside en nuestro cerebro, no en la débil contextura del resto de órganos humanos. En todos los demás aspectos, los demás animales nos superan por lejos en fuerza, resistencia o velocidad. Nuestro cerebro nos provee de superiores habilidades cognitivas que han hecho que esas superioridades físicas de los animales sean superadas y nos haya dado una ventaja en supervivencia y reproducción.
Entre esas ventajas está la capacidad de representación y transmisión de la realidad con múltiples modalidades como el lenguaje y el arte. Habilidades que, por mucho, hacen la diferencia entre el ser humano y los demás animales.
Con el advenimiento de la tecnología, muchas de las habilidades de supervivencia que antes poseíamos como una necesidad se han vuelto una reliquia o algo que solo conservan sociedades pobres y con limitaciones de acceso a estas herramientas tecnológicas.
En sociedades con alto acceso a herramientas tecnológicas, actividades como encender un fuego, cazar, conocer el clima o conservar los alimentos se han reemplazado por la electricidad, ir al supermercado, ver el pronóstico del clima o usar un refrigerador. Ya pocas personas en las ciudades son capaces de sobrevivir en un descampado a merced de los elementos.
Aun así, teníamos que producir nuestros propios dibujos y preparar nuestros propios escritos, resolver cómo adquirir la información necesaria. Si queríamos expresar nuestro descontento o nuestra alegría, las expresiones artísticas y literarias eran exclusivas de la inteligencia humana y estaban fuera del alcance de la tecnología… hasta ahora.
Ahora, las actividades creativas que implican ideas nuevas y habilidades estéticas pueden ser realizadas por distintas herramientas de inteligencia artificial. Con la excusa de optimizar el tiempo y hacer más cosas ya le pedimos a las inteligencias artificiales que hagan dibujos, que escriban nuestras cartas y que nos recomienden lo que tenemos que hacer.
Nos da pereza tomar decisiones, pensar en lo que tenemos que decir y nos agota la posibilidad de diseñar nuestas propias imágenes. El cerebro tiende a ser ahorrativo de energía, es una característica que apareció y se favoreció con la evolución, pero este tipo de ahorro energético cognitivo puede ser contraproducente.
Cada vez es más creciente la queja de docentes del uso de estas herramientas en la realización de trabajos académicos por parte de los estudiantes. Les hacen resúmenes de textos largos y complejos, les escriben proyectos, les hacen las ilustraciones entre otras actividades. Pierden el objetivo de estas tareas ya que refleja que no entienden que el propósito de estas no es entregarlas para que sean aprobadas, sino para que se entrenen para la vida y su cerebro se prepare para la reflexión, la creación y la acción. Por lo tanto, el estudiante que hace esto comete una inmoralidad al plagiar y a su vez renuncia al aprendizaje.
¿Para qué queremos el tiempo que se ahorra con la inteligencia artificial? Es muy probable que para procesos industriales y comerciales esta tenga utilidad en optimizar procesos de desarrollo de productos y servicios, pero ¿en el uso del ciudadano de a pie? ¿en qué gastaríamos el tiempo que tenemos disponible?
Las opciones van desde hacer maratones de series, salir de fiesta o quedarse en cama sin hacer nada. Lo que llevará a un enlentecimiento cognitivo progresivo, cada vez habrá menos cosas estimulantes que activen nuestro cerebro, que nos llenen de propósito y que hagan levantarnos cada mañana. Nuestro cerebro está diseñado para responder a retos, los problemas del día a día nos hacen crecer y si lo pensamos desde el punto de vista evolutivo, el propósito de las funciones mentales no es más que ayudarnos a sobrevivir, pero si la supervivencia ya no depende de estas, los mecanismos biológicos de las funciones mentales pierden su sentido.
Pienso que esto es irreversible, porque nuestra condición biológica de ahorro cognitivo es prácticamente ineludible y además la ubicuidad de estas herramientas hacen tentadora la posibilidad de saltarnos el paso duro de la reflexión y la creación para dejarlas en las manos expertas de los algoritmos de las inteligencias artificiales.
Invito a abrazar la complejidad, a pedirle al cerebro que se esfuerce en comprender textos largos, en crear obras de arte, no sólo por salud cognitiva sino por el riesgo de perder el sentido vital.